En el Día Mundial de los Refugiados, que se celebra anualmente el 20 de junio, la ONU realza el trabajo no siempre remunerado de educadores tailandeses que se ven en la obligación de atender a una afluencia constante de niños y satisfacer sus innumerables necesidades, desde el alojamiento hasta los deberes.

Superar los retos más allá de las aulas es una realidad cotidiana para los educadores de 63 centros de aprendizaje de la provincia de Tak en Tailandia. Algunos de los profesores y directores de los centros de aprendizaje para migrantes de Tailandia, a lo largo de la frontera con Myanmar, están haciendo todo lo posible para seguir, con el apoyo de las Naciones Unidas, el ritmo de los niños que llegan al país buscando refugio.

Actualmente, los educadores de esta provincia atienden a unos 14.400 alumnos, frente a los 11.450 de 2020, según la oficina del ministerio de educación tailandés que apoya la educación básica en cinco distritos fronterizos: Mae Sot, Phop Phra, Mae Ramat, Tha Song Yang y Umphang.

Sin embargo, los profesores y directores encuentran soluciones asumiendo el papel de padres, agricultores, comerciantes y, a veces, como organizaciones no gubernamentales (ONG) unipersonales, con recursos limitados.

El día empieza al amanecer

La directora de un centro de aprendizaje para inmigrantes en el distrito de Phop Phra, a unos 450 km al noroeste de Bangkok, atiende a unos 110 niños de preescolar a sexto curso, incluidos 20 alumnos que viven en sus dormitorios.

Su jornada empieza al amanecer y termina bien entrada la noche. Enseña, gestiona las finanzas del centro, recoge leña, prepara la comida y cocina. También cuida y consuela a decenas de niños en lugar de sus padres, que trabajan en otros lugares de Tailandia o en su país de origen.

Su duro trabajo no es remunerado. De los seis profesores del centro, todos ellos treintañeros, sólo tres reciben un pequeño estipendio mensual de 3000 baht tailandeses (80 dólares), una cantidad inferior a la mitad del salario medio de un trabajador, que ronda los 200 dólares.

Trabajos adicionales

La situación es la misma en toda la provincia de Tak. Como muchos otros profesores de los centros de aprendizaje de la zona, la directora de 48 años, en el distrito de Phop Phra, ha estado obteniendo ingresos extra para su centro.

Ella cocina mote si kyaw, un popular pastelito frito de Myanmar hecho con harina de arroz, para venderlo con un modesto beneficio, y también guarda unas cuantas cabras para venderlas cuando el centro tiene una necesidad especial de dinero extra.

“Hago todo lo que puedo”, afirma. “Este centro es mi vida”.

Garantizar la seguridad alimentaria y más

En el distrito de Mae Ramat, situado a menos de un kilómetro de la frontera con Myanmar, hay un centro de aprendizaje para inmigrantes al que sólo se puede acceder por un camino lleno de baches a ocho kilómetros de la carretera principal. Depende de cinco unidades de paneles solares de uso limitado para la iluminación de los dormitorios y el bombeo de aguas subterráneas, según su director, de 29 años.

Dice que su personal, formado por otros cinco profesores, trabaja duro para atender las necesidades de sus 50 residentes, cultivando su propio arroz y manteniendo sistemas de tuberías y filtración para un suministro de agua limpia.

“Aunque los niños están seguros aquí, están preocupados por sus padres en Myanmar”, afirma.

Todavía se oyen disparos

Antes de los conflictos en Myanmar, muchos niños seguían a sus padres, que buscaban trabajo en Tailandia. Sin embargo, con los conflictos en curso en el horizonte inmediato, volver a “casa” no es una opción.

Para ellos, permanecer en la escuela significa estar protegidos, afirma el subdirector de 38 años de un centro para unos 200 niños en el distrito de Mae Sot, a unos 10 km de la frontera con Myanmar.

“Todavía podemos oír disparos cuando hay combates, pero los niños se sienten seguros aquí”, afirmó, añadiendo: “Hacemos todo lo posible por mantener el centro abierto para los niños”.

Apoyo a la educación y más

Sin embargo, muchos educadores expresaron su inquietud por los gastos de funcionamiento de sus centros y por saber si podrán acoger la afluencia prevista de más alumnos y garantizar la merecida seguridad de los niños.

Para apoyar los esfuerzos en curso, Pilat Udomwong, director de la oficina del Ministerio de Educación tailandés dedicada a la provincia de Tak, dijo que su misión es supervisar las condiciones de funcionamiento, registrar a los profesores y alumnos inmigrantes y apoyar a los centros mediante asociaciones.

Algunos proyectos ya han dado resultados, como uno apoyado por el gobierno japonés y la oficina regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en Bangkok que, desde el pasado agosto, incluye la mejora de las instalaciones, la instalación de equipos informáticos para programas de aprendizaje flexibles y la entrega de alimentos para apoyar a los 20 centros con alojamiento básico.

Gracias a ello, más de 7000 alumnos inmigrantes disponen ahora de tres comidas nutritivas diarias.

Crecer para tener una vida mejor

Durante una reciente visita sobre el terreno, la especialista del programa de educación de la Oficina de la UNESCO en Bangkok, Rika Yorozu, subrayó que el derecho a la educación forma parte del mandato del organismo.

“Queremos asegurarnos de que los niños reciban un apoyo continuado para seguir aprendiendo, independientemente de su nacionalidad”, afirmó. “Los profesores [de los centros de aprendizaje para inmigrantes] están haciendo un trabajo tremendo. Son muy dedicados y necesitan este apoyo”.

Mientras se implementa la asistencia, los trabajadores docentes siguen asumiendo múltiples funciones para mantener sus centros en funcionamiento. El director de un centro en Phop Phra resumió un sentimiento común que resuena en muchos distritos.

“Seguiré haciendo estas cosas por los niños”, dijo. “Mi felicidad es ver a los niños sonreír, estar seguros, bien alimentados y crecer para tener una vida mejor”.

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